Piloto automático
Ahí vuelvo a estar: mirándome con esa cara de “¡¿Otra vez?!” y vistiéndome para la ocasión mientras agoto la ya escasa energía que me queda para volver a salir con esa gente, para volver a ir a esos sitios, para volver a hacer las mismas cosas, para volver a no querer volver …
Les saludo con ese gesto nuestro que tanto me costó imitar, escucho todo eso -que no me importa- poniendo cara de cuanto me interesa, y copio su hacer sintiéndome marciano… pero al menos soy uno de los suyos.
Al menos eso sí, por favor.
Hasta que después de arrastrarme por otra noche infinita, acabo agotado, rendido, acurrucado, enroscado en mí mientras amanece … Y me aplaudo: “Qué gran noche, ¿verdad?”
Concluye ya ese fin de semana absurdo que da paso a un más absurdo todavía: encontrarme conmigo habiéndome traicionado nuevamente, cayéndome mal a mí mismo porque sigo fallándome al no poner límites y seguir con el piloto automático, por ahogar y ningunear a esa voz interna que me grita “¡para ya!”, porque en el fondo sé que nada de esto va conmigo.
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